La cultura Nimby

 



El cambio climático ya lleva años siendo un asunto relevante para los representantes públicos y para la ciudadanía, quienes se encuentran bajo una regulación constante de medidas, mayoritariamente vinculantes, y que reside en la competencia de cada país la trasposición de las medidas acordadas por los organismos internacionales. Lógico, por una parte, ya que la casuística de cada país, su economía, los recursos disponibles y la capacidad para llevarlos a cabo son muy variados. Sin embargo, no podemos permitirnos estar constantemente en un loop de compromisos, acuerdos o conferencias internacionales.

Haciendo un breve sprint en el marco temporal relacionado sobre el cambio climático, en 1992 se adoptó la Convención Marco de Naciones Unidas con el objetivo de frenar el cambio climático y adaptarse a sus consecuencias. Desde entonces, la mitigación y la adaptación han sido palabras recurrentes en todas las COPs. Berlín, Kioto, Bali, Copenhague, Cancún, Durban, Lima...hasta París. Después, tras más de veinte años de negociaciones, se adoptó el Acuerdo que haría que la crisis climática empiece tenerse en cuenta de una manera más seria, tanto en las COPs futuras a partir de la aprobación de la Agenda 2030.

De igual manera, desde que la Comisión Europea presentó el Pacto Verde Europeo en diciembre de 2019, la hoja de ruta para conseguir que Europa se convierta en el primer continente climáticamente neutro en 2050 no ha dejado de avanzar y actualizarse: Pacto Europeo por el Clima, Estrategia de la Granja a la Mesa, REPowerEU, etc. Y no es para menos, se trata de uno de los mayores compromisos acordados por sus Estados miembro para que el crecimiento de la economía de la Unión sea limpia y sostenible, para que se sustituya progresivamente el uso intensivo del carbono por alternativas energéticas renovables y, para que se reformule un nuevo modelo industrial que apueste por la economía circular como reto del cambio climático, entre muchos otros.

España no se ha quedado atrás, el Marco Estratégico de Energía y Clima propone la propia hoja de ruta del país, siendo PNIEC uno de sus textos más ambiciosos en la reducción de emisiones GEI y en la apuesta por las energías renovables, en línea con las demandas Europeas. Sin necesidad de seguir haciendo un recorrido por todas las medidas pasadas, vigentes y futuras en materia climática, hay un asunto que lleva años haciendo una política de presión en la sombra hasta el punto de condicionar decisiones políticas y regulatorias de calado contra el cambio climático pero, que por temores a un castigo electoral, se quedan bloqueadas durante la legislatura.

Se trata de la cultura NIMBY (Not in my backyard) que, lejos de explicar su origen y las diferentes vertientes, viene a expresar el rechazo de una serie de colectivos o grupos de personas ante un cambio que, normalmente es positivo y beneficioso para el conjunto de la ciudadanía pero, que por cercanía al proyecto en sí, no están dispuestos a se implante cerca de sus territorios. Hay decenas de ejemplos, desde aquellas personas que consideran necesaria la creación de cárceles como infraestructura garante de protección pero que nadie quiere tener una cerca de su casa hasta la instalación de redes telefónicas como 5G, pero que nadie quiere que las antenas centrales se instalen en su vecindario.

Con el cambio climático ocurre lo mismo. La ONU realizó una encuesta global en relación al PNUD para mostrar el apoyo a las políticas contra la emergencia climática y el impulso a las renovables. El principal resultado (el 64%) ilustraba una amplia mayoría por reconocer la emergencia climática y la necesidad de actuar urgentemente (casi el 60%) mediante tecnologías renovables. En este caso, España estaba por encima de la media con más de un 70% para ambos casos.

Al mismo tiempo, otros papeles sobre la transición verde realizados por EsadeEcPol analizan sobre los principales obstáculos y sectores que más emisiones de CO2 emiten, así como las principales propuestas de mejora para el Mecanismo de Ajuste en Frontera (CBAM). Aunque las mejoras son preferibles en las cadenas de valor de todas las industrias, el sector agrícola, el eléctrico o el de la automoción son algunos de los principales emisores.

Recuperando esta cultura NIMBY, y que gran parte de la ciudadanía española parece estar concienciada con la necesidad de atajar el cambio climático, existen todavía grandes reticencias a aplicarse a modo individual medidas que ayuden a disminuir este impacto como, por ejemplo, la apuesta por un mayor uso del transporte público en lugar del privado o el exceso del consumo de carne.

Aunque también existe un amplio rechazo a medidas de gran calado como es la instalación de parques eólicos o solares por el impacto que puede tener en el clima local, en gran parte, debido a las grandes extensiones de espacio que se requieren para este tipo de instalaciones, llegando a verse algunos territorios en posiciones delicadas por la implicación de patrimonios culturales si quieren disponer de estos recursos.

Ya no hablemos de la controversia sobre la #energíanuclear y la reciente #taxonomiaverde. Si bien es cierto que en Europa, la apuesta por las energías renovables y la voluntad de acelerar esta tecnología está siendo muy significativa, sobre todo debido al contexto con Rusia, la energía nuclear sigue siendo la principal fuente de electricidad de la UE, la cual seguirá siendo necesaria para asegurar el suministro energético mientras dure la transición hacia las renovables. De hecho, es un claro ejemplo de cultura NIMBY en la que finalmente los municipios cercanos se han visto positivamente beneficiados en términos de reactivación económica y empleo.

Ahora, parece que esta conciencia NIMBY está empezando a cambiar, aunque todavía quedan muchos escenarios abiertos, sobre todo en la labor individual por reducir emisiones. En lo colectivo, y siguiendo esta apuesta por las renovables, España está haciendo un trabajo mayúsculo en acelerar la transición energética y la lucha contra el cambio climático. El año pasado, fue el segundo país de la UE que más energía eléctrica generó mediante tecnología renovable, sólo por detrás de Alemania, representando más del 55% la generación nacional de potencia renovable.

De igual modo, existe un consenso cada vez mayor para aceptar este tipo de tecnologías por parte de las comunidades locales, ya que más allá de la urgencia, ven en ellas una oportunidad de empleo, posicionamiento y competitividad económica.

Para la resistencia del Not in my Backyard, lejos de mirar a otro lado, cada vez son más necesarios artículos que evidencien que este tipo de instalaciones tienen cabida en gran variedad de terrenos, haciendo perfectamente compatible el uso alternativo de espacios para, por ejemplo, la explotación ganadera con el desarrollo de energía sostenible que ayuden a la descarbonización. De seguir apostando por esta cultura, más pronto que tarde no tendremos ni tiempo, ni back yard.

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