La polarización ideológica. ¿Mejor el extremo o el centro?


 Uno de los conceptos que han entrado con mayor fuerza en el escenario político durante los últimos años ha sido la polarización. Desde analistas hasta tertulianos han repetido hasta la saciedad palabras como “la extrema derecha” “partido de centro” u “oposición ideológica” asociando el crecimiento del sistema de partidos a una mayor polarización ideológica entre los mismos, que también han ligado a una mayor inestabilidad. No obstante, ni todo va de extremos ni el centro es siempre el fin deseado.


Para comenzar, es importante establecer qué entendemos por polarización ideológica, ya que enmarcar este concepto permitirá asociar el resto de ideas de manera adecuada. Por lo tanto, una de las definiciones que pueden resultar de mayor utilidad es la que ofrece el profesor Mikel Barreda, el cual define la polarización como la distancia o grado de diferenciación ideológica que existe entre las formaciones de un sistema de partidos, respondiendo principalmente a criterios de ubicación de los partidos en el eje ideológico (eje izquierda-derecha), donde la polarización puede medir las distancias entre los partidos que ocupan cada uno de los polos en cuestiones ideológicas o programáticas. 

En consecuencia, un sistema muy polarizado tiene una competencia partidista centrífuga, es decir, que los partidos tienden a diferenciar sus posiciones entre sí, moviéndose hacia los extremos. En cambio, un sistema de partidos poco polarizado tiene una competencia partidista centrípeta, que implica que los partidos tienden hacia el centro en sus interacciones con otros partidos políticos.

Los motivos por los que puede surgir la polarización pueden ser muy variados, sin embargo, normalmente aparecen dos causas principales. La primera responde a la diversificación de la oferta partidista, la cual puede ser debido a la aparición de nuevos partidos, la emergencia de partidos representando intereses indígenas o al desarrollo de nuevos proyectos políticos. En cambio, la segunda se centra más en el mal rendimiento de los gobiernos, donde un frágil desempeño socioeconómico o el incremento de la radicalización de los partidos de la oposición juegan un papel nuclear.

Al igual que los motivos, el cálculo de la polarización es una cuestión bastante difusa, puesto que existen diferentes metodologías para llevarla a cabo. Empero, una de las formas que se puede plantear es la medición a través de fuentes de datos que calculen la ubicación de los partidos –como las encuestas– y, a través de fórmulas de polarización ponderada (distancia entre los partidos, ponderando su peso en votos o escaños) y no ponderada (distancia entre los partidos ubicados en el extremo ideológico).


Siguiendo la línea inicial, parece ser que la polarización ha ido de la mano de conceptos negativos o de aliar este término a problemas de inestabilidad o dificultades de lograr consensos políticos. Y, aunque tiene cierta razón, no solo se trata de efectos negativos. La diferencia que expone Barreda es interesante, dado que plantea dos escenarios. Por un lado, están los efectos negativos, en los que destaca la inestabilidad política, provocada sobre todo por los déficits de legitimidad y estabilidad, así como los conflictos y protestas, y la ingobernabilidad como efecto de parálisis institucional o de reducción en la producción legislativa y normativa. Ambos factores incrementan la imposibilidad de llegar a acuerdos entre partidos.


Sin embargo, una menor distancia en la polarización ideológica entre partidos no siempre supondrá una mayor estabilidad a la hora de llegar a acuerdos, puesto que las líneas programáticas y los puntos de diferencia en el eje pueden ser  determinantes a la hora de establecer consensos. Un ejemplo reciente es la actual negociación por un posible acuerdo de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, donde según el último barómetro del CIS se puede apreciar mediante la pregunta hacia los encuestados para que ubiquen a estas formaciones bajo el eje izquierda-derecha que ambos partidos se encuentran dentro del eje de la izquierda, es decir, no están polarizados, en cambio, a día de hoy ven inviable encontrar un consenso programático que permita echar a rodar la legislatura en tanto que la distancia (1,9) que existe entre ellos junto con otros factores externos demuestra que no siempre una menor polarización derivará en una menor inestabilidad, sino que puede derivar incluso en la repetición de unos nuevos comicios.


Por el otro lado,  existen estudios que corroboran la existencia de efectos positivos en la polarización, como pueden ser la mejora de la calidad de la representación –provocada por el buen desempeño en términos de mandato y de control– o el comportamiento electoral, puesto que la polarización puede incentivar la participación, reduce el peso del personalismo en la decisión de voto y ayuda a estructurar la ideología de votantes.


Finalmente, el gráfico siguiente muestra bien la evolución en los niveles de polarización en América Latina. Se puede apreciar que la tendencia ha sido ascendente. Ello no resta la casuística de cada país, dado que la tendencia responde al promedio del cómputo de todos los países de la región. Aún así, el nivel de polarización es más alto que hace 20 años. ¿Derivará esto en impactos positivos?







REFERENCIAS

·     Barreda, M. (Coord) García, M., Garrido, L., Navia, P., Negretto, G., Ruiz, L. (-). Instituciones políticas de América Latina. Cap IV. Partidos y sistemas de partidos. UOC.

·      Sartori, G. (1976). Partidos y sistemas de partidos: marco para un análisis. Alianza Editorial.

·      Vallés, J.M. (2015). Ciencia Política. Un manual. Ariel.

·     Video: Barreda, M. (2019) “Concepto y medición de la polarización ideológica: evidencias e América Latina”.https://www.youtube.com/watch?time_continue=4&v=3ArHNq4jPnU




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