El mercado de los limones y el papel de la información
La información es un pilar fundamental a la hora de emprender la toma de decisiones, ya que el desconocimiento de la misma lleva a contextos de elección confusos e imprevisibles. La racionalidad instrumental en el modelo de elección racional se encuentra anulado por el hecho de darse un contexto de incertidumbre.
George Akerlof exponía en su libro “The market for Lemons” que la incertidumbre fruto de la información limitada provocaba fallos en los mercados. El ejemplo que presentaba era claro. Una persona que va a comprar un coche de segunda mano tiene menos información del estado de ese coche que el vendedor, provocando que la incertidumbre del estado real del producto baje conlleve a que el comprador no esté dispuesto a pagar un precio muy elevado por el –en compensación del recelo de desconocer posibles problemas del coche.
Al no disponer de la información, no se puede conocer la probabilidad en que se de un resultado determinado y, por lo tanto, no funciona la racionalidad aplicado a este contexto de incertidumbre elevada. La conclusión de Akerlof es que este mercado acaba excluyendo a los productos de buena calidad en tanto que al no disponer de información completa de los vehículos, los vendedores de coches de alta gama retirarán sus ventas debido a las bajas pujas que efectuarán los compradores, dejando únicamente coches de gama baja o media a precios realmente bajos.
Ante este dilema, Akerlof propone como solución ante la incertidumbre y la asimetría de la información de ambas partes la alternativa de ofrecer al comprador una serie de garantías, de modo que el riesgo de la compra quede compensado y a su vez, refleje una confianza en que no será un producto de mala calidad.
La Teoría del mercado de los limones es extrapolable a otros sectores. Supongamos que se trata sobre la elección de voto que tiene que realizar un individuo ante un proceso electoral. La intención iría encaminada en emplear el voto a la formación política que más utilidad o maximización le proporcionase, de modo que el partido que escogería el individuo consistiría en el partido que más probabilidades le otorgase a conducir la satisfacción de sus bienes. Sin embargo, al no existir unos intereses preestablecidos y acorde al contexto de incertidumbre bajo el modelo racional, no sólo deja de funcionar el voto a un partido político determinado mediante un fin racional, sino que el resultado es indeterminado y deriva a una valoración objetiva del voto: la aleatoriedad.
Asimismo, aplicando este modelo a la esfera política, ¿debemos entender que tenemos políticos de “alta o de baja calidad”? Lo cierto es que esta valoración es muy susceptible, tanto del individuo como de los fines propios que tengan aquellos que determinan qué político tiene una calidad mejor/peor que el resto. Si que se puede concebir que los votantes disponen de una información asimétrica respecto a sus representantes políticos, donde únicamente se pueden nutrir de la reputación que ha tenido los políticos en anteriores legislaturas o en el feedback que ha dado el partido político sobre si ha cumplido con su programa electoral o no. No obstante, esto respondería más a la formación política que no al político como individuo, y este único aspecto que determine si es de baja o de alta calidad correspondería a la asignación de índices que lo determinen, aunque en este caso no podríamos aislarnos de los juicios de valor y de las expectativas finalistas de cada votante.
Comentarios
Publicar un comentario