La salud democrática. ¿En declive o adaptándose a nuevas circunstancias
Autores como Robert Dahl han expuesto una serie de criterios que deben ser tomados en cuenta si se quiere cimentar las bases de la democracia en torno a la igualdad política. Es por ello que en el momento en el que se incumple el derecho a la ciudadanía adulta a una participación efectiva, a la igualdad de voto respecto al resto de ciudadanos, o a que exista un desajuste en la oportunidad de instruirse sobre las políticas relevantes o a ejercitar un control sobre la agenda política, los miembros de esta asociación dejarán de ser considerados políticamente iguales.
La vulneración de estos criterios también ayuda a comprender por qué se sustenta que el principio de la igualdad intrínseca sea uno de los pilares. En palabras del Dahl, “la democracia garantiza a sus ciudadanos una cantidad de derechos fundamentales que los gobiernos democráticos no garantizan ni pueden garantizar” (Dahl, 2012, p. 58), de modo que la inclusión de todos sus miembros bajo estos derechos y los parámetros de la igualdad política son un condicionante para salvaguardar un buen estado democrático. De igual manera, Dahl comenta que “entre adultos, ninguna persona está tan definitivamente mejor cualificada que otras para gobernar como para dotar a cualquiera de ellas de autoridad completa sobre el gobierno del Estado”(Dahl, 2012, p. 88), lo cual ayuda a afirmar que los ciudadanos deber ser tratados como iguales tanto si participan en el gobierno como si abordan cualquier ámbito de la esfera pública si no quiere que esta igualdad de sus miembros junto con sus derechos queden contaminados.
Asimismo, Dahl en su artículo sobre la paradoja democrática plantea un punto de vista más sustantivo en tanto que propone qué valores deben guiar la democracia, ya que ésta como ideal dista de la realidad y difiere en función de los índices y países que se estudien. Por esta razón, el concepto de la democracia es una cuestión un tanto difusa y sujeta a la percepción y al juicio de valor de cada miembro, dado que si bien es cierto que existe un consenso generalizado sobre determinados derechos y oportunidades –primera dimensión– que pueden ejercer los ciudadanos–como son la participación en elecciones representativas, libertad de expresión y deliberación, etc.–, que Dahl considera como elementos intrínsecos de la democracia, la participación en la vida política –segunda dimensión– es también un factor importante para entender esta paradoja y un componente a tener en cuenta para entender determinados índices de (in)satisfacción democrática.
Asimismo, Peter Mair en su artículo “¿Gobernar en Vacío” realiza un estudio en el que determina que a finales de la década de 1990 se contempla un deterioro importante sobre el valor de la política y la toma de decisiones tanto por parte de los ciudadanos como por los responsables políticos. El autor diagnostica un declive de la participación de las masas que requiere de la necesidad de redefinir la democracia en ausencia del pueblo, ya que se estaría avanzando hacia un sistema democrático con una ciudadanía tildada de no soberana.
Esta lógica adopta un punto de vista más procedimental, dado que el planteamiento de unas pautas de funcionamiento del juego democrático ponen de manifiesto la importancia de la legitimidad de los procedimientos, al mismo tiempo que se podría apostar por gobiernos más tecnocráticos o procesos de tomas de decisiones por parte de instituciones no mayoritarias como método compensatorio de este “gobierno vacío”.
Una de las valoraciones más relevantes que realiza Mair sobre el estado de la democracia corresponde al papel de los partidos en tanto que no son capaces de conectar con los ciudadanos. Bien sea por el incremento de la abstención electoral como muestra de indiferencia o como aumento de la volatilidad de los votantes que asisten a los comicios. Ello deriva a un pronóstico marginal por ambos bandos debido a que los ciudadanos muestran una falta de compromiso político cada vez mayor –incremento de la abstención de los niveles de participación electoral, disminución de militancia y afiliación a formaciones políticas, etc.–, mientras que los representantes políticos se desvinculan cada vez más de la prioridad representativa buscando una conexión con el Estado más interna –“buscan más el despacho”.
Resultan ilustrativos los gráficos siguientes sobre la evolución de la desafección política en el caso español, para ilustrar la decadencia de la confianza en las esferas políticas. Como se puede apreciar, aunque se puede sostener que existe un apoyo incondicional al sistema democrático, también lo es el declive progresivo hacia pilares democráticos como son los partidos políticos.
Gráfico 1. Indicadores de la situación política en España desde 1996 hasta 2017.
Fuente: Indicadores de la situación política. CIS.
Gráfico 2. Porcentaje de confianza hacia los partidos políticos en España desde 1990 hasta 2014.
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos extraídos de World Values Survey.org
Ante tal paradigma, varios de los criterios que propone Dahl chocan con la lógica actual, dado que ante el éxodo de ciudadanos hacia mundos más privatizados y la desvinculación de estos del escenario tradicional de la política ponen de manifiesto varias cuestiones. En primer lugar, si bien es cierto que bajo un gobierno representativo, la igualdad de voto, la inclusión de los adultos y la participación efectiva son cuestiones que se mantienen mayoritariamente intactas en lo que respecta a los derechos, el declive de la participación electoral, el descrédito político e institucional o la volatilidad electoral suponen factores que hacen tambalear la funcionamiento tradicional del sistema. Y en segundo lugar, la politización de los medios de comunicación así como el incremento de la individualización de los miembros supone una tergiversación de la realidad afectando al resto de criterios expuestos por Dahl, ya que no son los ciudadanos los que acostumbran a controlar y fijar la agenda, sino otros actores políticos y/o privados mediante lo que llama Sartori “la opinión teledirigida” (Sartori, 2016, p. 69), lo que acaba repercutiendo en un déficit en la igualdad de oportunidades para instruirse sobre las políticas relevantes en función de los canales por los que se acceden.
Todo ello deriva a la puesta en cuestión de la igualdad política como tal, que como anuncia Sartori, la igualdad –sobre todo de oportunidades– es bicéfala, ya que acorde a lo que diría Dahl, las oportunidades iguales vienen dadas por un acceso igual, sin embargo, la traslación que estamos sufriendo en la actualidad vienen dadas por puntos de partida iguales(Dahl, 2009, p.72), que se dispersan debilitando la concepción tradicional de la democracia. Empero, y recogiendo las palabras de Mair, no habría que valorarlo como un declive, sino como una adaptación a nuevas circunstancias, sin embargo, tampoco puede inhibirse o restar importancia a indicadores de la salud democrática como pueden ser el incremento del abstencionismo o la percepción de los principales problemas del país, ya que como se observa en los gráficos siguientes, puede resultar representativo la asociación de la política, los políticos y los partidos políticos como uno de los principales problemas para plantear posibles correlaciones entre los índices de abstención o la desafección política e institucional que citan los autores.
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