¿Por qué el federalismo debe lidiar con la desilusión?
La propuesta federal es uno de los modelos organizativos territoriales que más peso de debate está abarcando en este último año. En una primera instancia, una descentralización del poder político central en varias unidades de gobierno sub-estatales como mejora a posibles conflictos étnicos y/o territoriales mediante mecanismos para favorecer la integración política se entendería como una clara conciliación de intereses.
De este modo, el federalismo combina el autogobierno y el gobierno compartido para lograr una mayor estabilidad política y una mejor eficiencia económica a la hora de disponer de recursos y proveer servicios. Por consiguiente, ¿el federalismo es el mejor formato de modelo organizativo para un estado? Depende.
Tomando como referencia el libro de Beramendi, “Federalism” (Beramendi, 2007), este comienza su ensayo considerando que el federalismo es concebido como la solución a los problemas de la ampliados de los gobiernos, el cual es un modelo útil para especificar la fragmentación del poder político plasmando una arquitectura organizativa jerárquica protegida a través de la constitución.
No obstante, el impacto del federalismo ha tenido un problema al que hacer frente. Relacionado sobretodo por la alteración sobre el conjunto de opciones y restricciones que enfrenta a los respectivos actores políticos de los diferentes niveles de gobierno, produciendo un choque de las preferencias, así como también de la estructura general de los incentivos de las mismas.
A ello, Beramendi comenta que décadas antes, el federalismo sería una buena solución como modelo organizativo, ya que según los expertos, este produciría una democracia de mayor calidad, además de unos mejores procedimientos burocráticos y de mercado. Por desgracia, en la actualidad esta concepción no es más que una mera ilusión, ya que los efectos políticos y económicos del federalismo son más complejos y multidimensionales, donde a menudo se incluyen otra serie de factores propios de cada casuística que hacen cuestionar el rendimiento de las federaciones o reconsiderar su funcionamiento. Estos problemas que producen las consecuencias políticas se deben principalmente al diseño institucional y las circunstancias económicas y sociales circundantes, lo que acaba provocando lacras en la relación entre el federalismo y la democracia, la estabilidad institucional y la noción de que el federalismo es el mejor sistema de funcionamiento para las burocracias y los mercados.
En primer lugar, respecto al vinculo democracia-federalismo, este último se ha considerado siempre positivo por su capacidad de adaptarse a las comunidades –heterogéneas– de diferente gusto político y para proteger las libertades políticas limitando la soberanía a los gobiernos de gran escala a la hora de imponer su tiranía para priorizar la libertad política y el buen gobierno. De este modo, el federalismo ayuda a acomodar diferentes identidades nacionales y facilitar la supervivencia de las democracias con altos niveles de desigualdad de ingresos interregionales. Sin embargo, como se comentaba anteriormente, las preferencias, los incentivos y las estrategias de los actores de cada unidad afectan seriamente a la creación de diseños federales sostenibles y consensuados.
Y, en segundo lugar, sobre la vertiente federalismo-economía, lo cierto es que el federalismo debería facilitar un mejor control de los mercados, provocando unos índices de corrupción reducidos y unos mercados más eficientes. Empero, como argumenta Beramendi, hay que diferenciar entre la teoría y los hechos, es decir, entre la ilusión federal y una realidad decepcionante en tanto que las federaciones en los países en desarrollo parecen estar sistemáticamente asociadas con la mala gestión, un gasto excesivo y unos fallos de mercado notorios, derivando en términos de rendimiento económico y (re)distributivo a unos datos preocupantes. En consecuencia, todo ello nos lleva a un gran oasis entre la teoría y la realidad del federalismo.
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