El populismo del S.XXI
Resulta inevitable hablar de política
sin hacer mención al populismo, y es que aunque se trate de regímenes
democráticos, el contexto en el que se aborda es completamente diferente al
populismo del pasado. Ello es debido en gran parte al desarrollo económico y
social de los territorios, potencialmente influenciado por una globalización
inequitativa que ha tomado como consecuencia la culminación de lo que hoy
podemos nombrar populismo neoliberal.
Actualmente, este fenómeno ha
encontrado representación en prácticamente todo el mundo, abordando tanto el
populismo de izquierdas como el de derechas, pasando desde los gobiernos más
propios de la izquierda en América Latina como los clásicos de Venezuela o
Brasil, hasta los más conservadores en Europa como ha ocurrido en el aumento de
la representación parlamentaria en Austria y Holanda, por ejemplo, así como el
gran protagonismo de Le Pen en Francia como uno de los pilares del populismo de
extrema derecha en Europa.
No obstante, los dos factores que más
han reflejado el auge del populismo han sido la aprobación del Brexit con el
triunfo de esta visión en el Reino Unido provocando la desconexión, y por ende,
la inestabilidad de los cimientos europeos, y la elección del 45º presidente de
los Estados Unidos, Donald Trump, con una campaña catalogada de xenófoba y
proteccionista en la que ha primado la defensa de la identidad nacional
respecto a los nuevos miedos que han surgido.
Como anuncia Colomé “el Brexit, los
referendos de Italia y de Colombia, Donald Trump o la elección presidencial de
Austria tienen en común la crisis de 2008” (Colomé, 2017). Y es que problemas
como la crisis de los refugiados o la crisis económica han tenido como
corolario el miedo a la inmigración, al desempleo, o a la incertidumbre
económica y social que han culminado en un malestar democrático generalizado
llevando a políticas como las anteriormente expuestas.
Para ello, los representantes de este
tipo de populismo se han nutrido de discursos holísticos caracterizados por la
inclusión del miedo en sus discursos y la propuesta de soluciones y promesas
neoproteccionistas que devuelvan la confianza a aquellos que creían haber
perdido la soberanía popular y los derechos sociales. Asimismo, la intención
por acercar la elite al pueblo con discursos simples mediante respuestas
sencillas a situaciones complejas ha sido un sustento clave para acercarse a
las masas y justificar la necesidad de apostar por estas formaciones políticas
como válvulas de escape a la desafección política e institucional basada en una
élite corrupta.
La cuestión será saber si el
populismo del S.XXI se acaba convirtiendo en lo que Lassalle nombra como “el
nuevo leviatán totalitario” (Lassalle, 2017), o si este voto crítico contra el establishment que busca un mayor
proteccionismo en una clima de inseguridad ante las oleadas de inmigración, los
ataques terroristas y la incertidumbre económica logra revertirse si los
regímenes democráticos mejoran las gestiones de gobierno, “limpian” las
instituciones de la corrupción y se fortalecen mediante las estructuras
supranacionales para defender más los valores occidentales que unen, que no los
que separan. De todos modos, no deja de ser un toque de atención a democracias
consolidadas, que quizá no lo están tanto.
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