Contra las elecciones
Pasados unos días del show urgente del ex-Govern por proclamar la “República” y de
la respuesta del Gobierno por la aplicación del artículo 155CE, nos encontramos
después de mucho tiempo ante un escenario no tan difuso e incierto como el de
hasta ahora, dado que al menos sabemos que hay una fecha fijada para los
comicios autonómicos: el 21 de diciembre.
Si bien es cierto que no es la solución más
propicia, teniendo en cuenta los últimos sondeos y la probabilidad de repetir
unos resultados similares a los de 2015, se ha convertido en la única
alternativa para evitar seguir cruzando la línea del no retorno.
Ante esta paradoja nos encontramos con dos dilemas.
El primero de ellos será ver cómo afronta el bloque independentista el término
electoral. En este caso será muy importante ver como los partidos separatistas
explican, de nuevo, a su electorado que se presentarán a las últimas elecciones
autonómicas antes de ser independientes. Y es que como ya van anunciando
miembros de este sector, “vamos a tiempos difíciles”.
Asimismo, será interesante conocer cómo
vuelven a convencer de nuevo a sus votantes de que estas elecciones sí que sí,
y que aún y cumpliendo su hoja de ruta –aunque sin efectos jurídicos– les deben
depositar nuevamente su confianza, sin garantías de nada como han podido
comprobar.
Empero, juegan con tener movilizados a un
amplio número de personas que saben que si se les llama a votar, irán, ya que
la victoria moral que logró el ex-Govern
con los sucesos del 1-0 y las actuaciones policiales no hizo otra cosa que
reavivar a esta masa que aparentemente se estaba enfriando, lo que además
sirvió para dar las gracias a Rajoy de librar a los partidos independentistas del
fracaso de otro 9-N, pudiéndolo canalizar por otro lado el sentido de ese
referéndum ilegal.
Lo vendan como lo vendan, la no
participación en las próximas elecciones autonómicas de los partidos
secesionistas no puede darse, puesto que un boicot supondría un coste electoral
altísimo y la pérdida de una oportunidad para este sector para mantener viva la
llama en lugar de pasar a un segundo plano como reflejan los sondeos con el
declive al apoyo independentista. Por contrapuesto, la otra solución sería
mantener el perfil y no presentarse a las elecciones, pasando a un escenario
más activista en las calles, que si bien podría hacer mucho daño en términos de
carencias representativas, no sería la lógica más racional, dado que para este marco
ya existen organizaciones como la ANC o Òmnium Cultural, a las que sólo se
podría incorporar bajo un formato más radical la CUP con la apuesta del retorno
a “la clandestinidad”. Sin embargo, si son listos en términos de réditos
electorales, no les convendría aislarse del parlamento.
Lo que sí está claro es que Junts Pel Sí ya
es historia, y que aunque haya tiempo hasta el 7 de noviembre para la
presentación de listas conjuntas, si quieren mantener algo de coherencia, ERC
no debería recurrir nuevamente a una coalición si no va Junqueras como número
uno y no fijan una estrategia más polarizada para beneficiarse de la
sobrerrepresentación que proporciona el sistema electoral en territorios
independentistas como Girona o Lleida, como recuerda Bartomeus en su artículo de debò que això se soluciona votant?
El segundo dilema que me planteo responde
al otro bloque, el llamado sector unionista. Estos tienen la oportunidad de
formar un gobierno no nacionalista, que abogue por una solución en la que se
revierta el debate del monotema y se centre por volver a tratar políticas que
engloben a todos los ciudadanos. En cualquier caso, no se debe olvidar que en
los pasados comicios de 2015, esa mayoría silenciosa de las calles no
resultaron serlo en las urnas en tanto que la clave plebiscitaria en que se
plantearon las elecciones, el sector unionista ganó con el 51,7% en votos
frente al 47,7% de los votos independentistas.
Ello no debe dar por hecho una nueva victoria, y más aún si los partidos
independentistas plantean no reconocer estos comicios autonómicos, ya que es
igual de importante asegurar la importancia de movilizar al sector constitucionalista
como de que el Gobierno de España implique al bloque independentista para
asegurar unas elecciones que realmente ilustren la representación de ambos
sectores. No se puede obrar aislar ni obrar contra una parte del pueblo de
Cataluña, y mucho menos hablar en nombre de su conjunto.
De todos modos, ahora el impasse no puede
ser otro que el de esperar a ver qué nuevo discurso arman los independentistas
para excusarse ante sus votantes bajo algún eslogan como el de “recuperar la
Generalitat”, y a que el bando unionista recuerde la restricción de derechos
que han tenido como el cierre del Parlament, la restricción parlamentaria de la
oposición, el atentado contra la legalidad y el marco constitucional y la
fractura social que han promovido las asociaciones separatistas en sus
manifestaciones “pacíficas” para justificar la necesidad de que sus afines
acudan a los comicios.
Por lo tanto, sólo queda esperar a las
fechas clave para ver como avanzan los acontecimientos e ir planificando las
estrategias de campaña. Sin embargo, independientemente del resultado en que
culmine el 21D, quedará un amplio espacio para la decepción y la frustración
que tardará muchas legislaturas en ser suplida, si es que no se vuelve de nuevo
al punto de partida.
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