¿Artur Mas leyó "El Príncipe"?
Resulta curioso como una obra que fue escrita hace más de 500 años puede seguir siendo de gran utilidad para entender y aplicar conceptos tan actuales en la política catalana. De hecho, muchos políticos dejan a la intuición la percepción de que estos siguen teniendo el libro de El Príncipe en la mesilla de noche, con el fin de recordarse a uno mismo la voluntad y el interés que les mantiene dentro de esta esfera.
En este ensayo, cabe preguntarse si el expresident Artur Mas se leyó a Maquiavelo, ya que si más no, sus directrices las ha sabido aplicar a la perfección.
Si bien es cierto que el fin último de Maquiavelo fue la ofrenda de una guía que permitiese mantener el poder bajo una multitud de panoramas, el ex-presidente de la Generalitat supo como jugar sus cartas, apostar por una política de distorsiones y, finalmente abandonar el trono cuando ha considerado que ya había que delegar el poder. Orden nuevo, carta nueva. O mejor dicho, ante una situación de crisis como fueron las negociaciones de Junts Pel Sí y la CUP, una mutación política que regenere, pero que mantenga el mismo fin, aquella cinta de correr que nunca tendrá un fin: el procès.
Remontando la política de Mas al contexto del surgimiento independentista nos damos cuenta que no surge con el nombramiento de Mas como presidente de la Generalitat tras siete años de oposición a Montilla, sino que es el cambio de chaqueta que Mas el que le dejara en un callejón sin salida, pero también sin retorno. Conocedor de ello, el president Mas, por aquel entonces, optó por leerse a Maquiavelo y saber que para conservar el poder, debía aplicar su autonomía en base a la capacidad de uno mismo, es decir, sólo podía mantenerse si disponía de “armas propias”. Jugando a la astucia y al engaño, bajo el papel de la fortuna y la virtud, supo crear un arma potente, el independentismo.
Artur Mas aplicó la teoría del ballestero, el cual aprovechándose como decía Maquiavelo “todos ven lo que pareces, pero pocos palpan lo que eres”, supo poner la mira de la diana a una altura más alta a la del objetivo deseado, no para alcanzar con su flecha tanta altura, sino para poder con la ayuda de tan alta mira, llegar al lugar que se había propuesto.
Mas, leyéndose el capítulo sobre el principado civil, entendió que para mantener el poder no solo contaba la virtud o la fortuna, sino una astucia afortunada, y es por ello que ante un pueblo que no desea ser dominado ni oprimido por los grandes, en este caso el Estado español, reflejaba que quienes han hecho grandes cosas han sido aquellos que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de los hombres, he aquí el 9N.
Asimismo, sabiendo que en la actualidad, los pueblos pueden más que los soldados, Mas quiso reflejar su imagen como la de un príncipe moderado, el cual lejos de buscar el odio vio dos temores que le obligaron a reconducir su política. El primero venia desde dentro, los súbditos independentistas que empezaban a fragmentarse en base a otros príncipes que prometían unas mejores tierras. Y un segundo que venia desde fuera, los extranjeros poderosos de Madrid que venían acompañados de la palabra mágica, inconstitucional.
Ante tal escenario, Mas tuvo que aprender a ser un gran simulador y disimulador, y leyendo el capítulo referente a cómo guardar la palabra dada, decidió por actuar como un León amedrentando a los lobos, ya que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.
Además, la visita a Madrid para la demanda de un pacto fiscal, ante un contexto de crisis económica fue una gran jugada para elevar su prestigio a como diría Maquiavelo actuar como un verdadero amigo para Cataluña.
Resulta visual otro ejemplo que ilustra Maquiavelo sobre la relación entre Cataluña y España en su obra referente a los médicos de la tisis, donde se cita “en un principio es fácil de curar y difícil de reconocer, pero con el curso del tiempo, si no se le ha aplicado la medicina conveniente, pasa a ser fácil de reconocer y difícil de curar”.
De este modo se refleja el clima actual, donde un principado hereditario, fruto de la legitimación ciudadana y mantenido mediante la virtud, pasa a ser mediante una mutación de otras edificaciones –JxSí– y con un presidente nombrado a través de la fortuna, la apariencia de un principado nuevo que pretende ofrecer una organización política renovada y conjunta, pero que, sin embargo, representa una imitación de los antiguos, donde finalmente se plasma que el nuevo gobierno de Puigdemont no era deudor de la fortuna, sino de la oportunidad.
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