¿Votos perdidos o pérdida de votos? Quizá ambas.

No podemos obviar que la sociedad española actual demanda profundos cambios que permitan recuperar el prestigio de las instituciones y una mayor vinculación de los ciudadanos con las decisiones políticas. Precisamente una de las tónicas generales que suelen darse en aquellos países que afrontan la reforma electoral es precisamente un importante desprestigio de la política, proceso que sin ningún género de dudas atraviesa España y que, desde la propia ciudadanía hasta partidos políticos, expertos y movimientos sociales han abogado por la necesidad de afrontar una reforma de nuestras normas electorales. Transcurridos más de treinta años desde la primera regulación [1] resulta necesario encarar los cambios necesarios para garantizar una serie de principios que –como la experiencia de estos años demuestra– nuestro modelo electoral no garantiza. El principio que debería inspirar la reforma que se propone es la mejora de la calidad democrática. Este principio, que puede consi...